En vísperas de la Pasión de Jesucristo

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Itinerario de Jesucristo
En vísperas de la Pasión
Manuel Gracián Barrera
19 Abril 2019

Jesucristo tenía conciencia de ser hijo único de Dios y, en ese sentido, ser él mismo Dios. Su misión era dar a conocer a Dios Padre y anunciar el reino de Dios. Aceptó libremente la voluntad del Padre: dar su vida para la salvación de todos los hombres (“El misterio del Hijo de Dios” ‘Mysterium Filii Dei´, 1972). Bosquejo someramente los acontecimientos que se llevaron a cabo antes del jueves santo y la pasión y muerte de Jesucristo.

De la resurrección de Lázaro al Domingo de Ramos: El milagro de la resurrección de Lázaro fue un acontecimiento incontestable. “Muchos creyeron y otros, movidos por la envidia, fueron hasta Jerusalén, con la murmuración en los labios (Jn 11, 46). Los pontífices y fariseos decidieron dar muerte a Jesús. “Es conveniente que muera un hombre solo para que no sea aniquilada una nación” (Jn 11, 50): Caifás, como era pontífice aquel año, profetizó. Jueces infames, en ausencia del acusado, dictaron sentencia de muerte antes del proceso (Jn 11, 53). Convocaron a la población para que Jesús fuera denunciado, detenido y encarcelado.

Ante el riesgo, Jesús se escondió cerca del desierto en una aldea llamada Efrén; allí convivió con sus discípulos. Días después, rumbo a la ciudad santa, “tomó aparte a sus discípulos y les reveló su pasión y muerte cercana” (Mt 20, 17). La esposa de Zebedeo aprovechó el momento para pedir los dos mejores puestos, en el reino de Dios, para sus hijos Santiago y Juan.

Al llegar a Jericó, Jesús devolvió la vista a un ciego gritón (Lc 18, 35). En casa de Zaqueo logró la conversión de él y de su familia (Lc 19, 2). Al salir de Jericó sanó a otros dos ciegos que suplicaban la curación (Mt 20, 29). Seis días antes de la Pascua, Jesús regresó a Betania; por su fama, muchos deseaban invitarlo, pero era sábado.

Al día siguiente, domingo, Jesús fue a Jerusalén. Aclamado como ‘Hijo de David’ se le tributó solemne recibimiento de palmas y ramos. Al ver la ciudad de Jerusalén lloró sobre ella (Luc 19, 41); anunció la destrucción que, como castigo, tendría la ciudad.  Ya dentro del recinto entró al Templo y curó a todos los ciegos y cojos que estaban allí. Tantos milagros despertaron la indignación de los sacerdotes y escribas del Tempo. (Lc 19, 40; Mt 21, 6). Ya tarde, después de la fiesta, como nadie lo invitó a cenar ni a dormir regresó con sus discípulos a Betania.

El lunes, muy temprano, rumbo a la ciudad santa, sintió hambre. Y ante una frondosa higuera—sin frutos por no ser tiempo de frutos—la maldijo: “que nunca más des fruto y nadie coma ya de ti” (Mc 11, 14). Llegó a la ciudad; entró al Templo; echó de allí a comerciantes, cambistas y venteros de palomas. Ante el gran poderío y majestad de Jesús los fariseos y escribas redoblaron su odio contra él: buscaban la manera de quitarle la vida. Casi de noche salió de Jerusalén y fue a orar al Monte de los Olivos. Horas después retornó a Betania, en las laderas del monte.

El martes regresó Jesús a Jerusalén. En el camino los discípulos vieron que la higuera maldecida se había secado (Mc 11, 20). ¿era la higuera símbolo de aquella sinagoga judía llena de apariencias, colmada de ceremonia pero sin dar el fruto esperado? La higuera quedó seca para no dar frutos jamás.

Al llegar al Templo, Jesús fue rodeado por escribas, fariseos, sacerdotes, ancianos y herodianos. Le hicieron muchas preguntas. Jesús les explicó ampliamente. Los reprendió duramente por sus abusos y sus pecados (Mt 21. 22. 23). Se despidió de ellos con tristes palabras: “La casa de ustedes quedará desierta” (Dios se irá del Templo; y como toda casa vacía y abandonada se vendrá abajo). Y los emplazó para el último día del juicio, donde todos reconocerán la divinidad de Jesucristo. Los abandonó, entonces; era la tarde del martes.

Caminaron Jesús y sus discípulos hacia el Monte de los Olivos. Ya desde el monte, los discípulos, tímidos, le mostraban la majestuosidad del Templo y su riqueza (Mt 24, 1). “y no quedará ninguna piedra sobre otra” confirmó Jesús. El salvador les habló del Juicio Final y de los signos anunciados para aquel día (Mt 24 y 25). Y de nuevo les dijo: “dentro de dos días me matarán en la cruz” (Mt 26, 2).

Parece que el miércoles el Señor permaneció en Betania todo el día. A Jerusalén volvió hasta el jueves, fecha en que celebraría la Pascua.

En Betania, la noche del miércoles se celebró un banquete en honor de Jesús; fue en casa de Simón el leproso (Mt 26, 6). Invitados de honor, Lázaro y sus hermanas. “Vino mucha gente de Jerusalén, no sólo por ver a Jesús, sino también por ver a Lázaro” (Jn 12, 9). Martha servía la cena a los comensales y a Jesús, con gran alegría (Jn 12, 2). María entró al recinto y “perfumó los pies de Jesús y se los secó con sus cabellos. Era perfume muy caro, de nardo auténtico” (Mc 14, 3), una libra entera (Jn 12, 3). María se levantó, quebró el frasco de alabastro, y derramó el resto del perfume sobre la cabeza de Jesús; toda la casa se llenó del olor del nardo. Jesús predijo que esta acción de amor sería siempre atestiguada en todo el mundo por el Evangelio (Mt 26, 10).

Judas salió del banquete y se fue a hablar con los sacerdotes principales (Mt 26, 14); vendió a Jesús por treinta monedas de plata. Lo que ocurrió en la mente de Judas, el odio y resentimiento hacia Jesucristo, el rechazo del perdón que el maestro le ofreció varias veces, facilitaron la ulterior posesión diabólica de que fue objeto. Los detalles salen del tema de este escrito.

San José, padre nutricio de Jesús, ya se había adelantado al Seno de Abraham. ¿Y la Virgen María? Es posible que en vísperas de la Pasión haya permanecido en oración: acompañada de María Salomé (madre de Santiago y Juan), María de Cleofás (madre de Santiago el menor y Judas Tadeo) y María Magdalena, quizá en casa de Juan Marcos, aledaña al Cenáculo, con  la madre del mismo Marcos.

Jesucristo se entregó a la muerte porque quiso, para cumplir la voluntad del padre; para redimir a los hombres de sus pecados, para liberar a los oprimidos por el maligno, para darnos la gracia y la salvación eterna. Habiendo cumplido el oficio de maestro, inició su labor de redentor: “Saben bien que dentro de dos días es la Pascua; quiero hacerles saber que, ese mismo día, voy a ser entregado a los judíos y gentiles para que me crucifiquen” (Mt 26, 2).

Lo demás de la historia, desde el jueves santo en adelante, ya la conocen. ¡Alabado sea Jesucristo, ayer, hoy y siempre!  Mérida, Yucatán.

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