La Universidad, célula de renovación

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¿Orden mundial fallido?
La universidad, célula de renovación.
Manuel Gracián
21. Mar. 2022

La universidad actual es una corporación que debe contribuir al progreso humano; investigar la verdad en todos los campos, ser fermento de la sociedad, formar estudiantes en auténtico espíritu de servicio; dotarlos de sólidos conocimientos integrales; dar certidumbre con fuentes de trabajo al término de los estudios universitarios; ser foco cultural de primer orden.

La universidad ha de tener la independencia de un órgano en un cuerpo vivo. Hay principios guía que no son negociables: libertad de cátedra e investigación; fomento de administración de su patrimonio; vida académica con total independencia de los avatares de la política, del sindicalismo delusorio y del porrismo. La universidad no puede ser feudo de ningún partido político ni de ningún gobernante. Tampoco debe alimentar el bolsillo de los rectores ni ser patrimonio del gobernador en turno.

La docencia debe vincularse con la investigación. Despertar en el educando apego a los ideales nobles, superación del egoísmo personal e irrestricto amor a la verdad. El maestro debe tener muy clara la idea de transmitir los conocimientos hasta la intelección total. Hacer ver al estudiante que la solidaridad se mide por el rebosamiento de las obras de servicio. Formar a un profesionista que sólo piense en enriquecerse al término de su carrera universitaria, es el mayor fracaso de la universidad. 

La mística institucional de un universitario debe consistir en el trabajo bien hecho, tarea bien acabada con perfección humana al servicio de la gente.  La paz, justicia social, libertad, pluralismo ideológico y solidaridad deben ser objetivos programáticos en la formación universitaria.

La cuestión de la universidad pública del país es auténtica aporía. Grotesco ogro miope con pérdida total del sentido de proporción. Autoritarismo burocrático, reglamentación excesiva para la comunidad de docentes, intromisión abstrusa de la tecnología educacional, pérdida de familiaridad entre profesores y alumnos, devaluación de la enseñanza-aprendizaje, escasez de instrucción tutorial como fue el humanismo helénico, ingenuo desarrollo de proyectos de investigación, disparidad enojosa de sueldos y salarios entre la clase universitaria, onerosa compensación monetaria para algunos notables y ex-rectores. No es raro ver a un rector que, de la noche a la mañana, se convierte en diputado, senador o gobernador de su estado.

Para casi todos los sindicatos universitarios lo académico es secundario; propenden al control del gobierno de la institución. Su objetivo es el activismo político al servicio de sus propios intereses, subordinados a algún gobernador; una distopía los define: fundar la ‘Universidad del pueblo’.   

En estos tiempos pandémicos, llamados en México de la Cuarta Transformación, todo se desmorona. Tenemos un presidente de la República demediado, hegemónico, voluntarioso. Como castillos de naipes–organismos constitucionales autónomos (ONG)–, va derrumbando uno por uno, con la intención de incrementar el ominoso poder autárquico. Su actuación no encontrará otro freno que su propia moderación; infortunadamente, jamás adquirió la virtud de la templanza.

A 22 años de iniciado el siglo XXI y ante la pandemia que no termina por desaparecer, el orden mundial está en desgracia.  El mundo progresa al mismo tiempo en la línea del mal y del bien. Las personas están ávidas de autenticidad y entrega a una tarea común. Cada universidad reformada debe convertirse en una célula de renovación de la sociedad actual.  Jóvenes universitarios, hombres y mujeres solidarios, educados en diversas disciplinas, con visión integradora, deben hacer oír sus voces y dejar sentir su acción unificadora. En la creación de múltiples células de renovación cada universidad, animada por el mismo sentimiento solidario, debe ejercer su denuncia ante los atentados contra los derechos elementales de las personas. Sin el reconocimiento de los valores éticos no es posible la convivencia pacífica entre los pueblos. Una guerra es abominación infernal; el desmoronamiento moral de una nación puede conducir hacia el fin de los tiempos.

En este nuevo orden mundial que se avecina no basta el humanismo integral; se necesita más humanidad en cada uno de nosotros. Ya se percibe la potencia de las microacciones; los apóstoles de Jesucristo fueron 12 y transformaron al mundo.  Convocatoria para jóvenes universitarios: ¡Sólo la verdad es sinfónica! -MG

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