Pequeña crónica del mal

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Pequeña crónica del mal
Manuel Gracián
23-Dic.2015

¿Existe el mal? No cabe duda que sí. Joseph Conrad, autor de “El corazón de las tinieblas”, escribió: “no es necesario creer en una fuente sobrenatural del mal; los hombres, por sí mismos, son capaces de las peores atrocidades en contra de la humanidad”. Se puede entender que la historia del mundo progresa, al mismo tiempo, en las líneas del mal y en las del bien; en ciertas épocas predomina el mal, como en una especie de explosión. El mal ha existido desde el principio de la humanidad.

Desde antes de la segunda guerra mundial (1939-1945) surgieron y se desarrollaron las ideologías del mal: el nazismo y el comunismo marxista. Demostraron que el causante y la víctima fue el mismo ser humano. Y tras los primeros quince años del tercer milenio de la historia, la realidad no ha cambiado mucho. La cizaña y el trigo crecen juntos y se confunden con facilidad.

Se ha dicho que el mal es la ausencia del bien que una determinada persona debería tener; nunca es ausencia absoluta del bien. Los teólogos han afirmado que el excesivo amor a uno mismo, hasta el desprecio de Dios, fue el origen del primer pecado de los hombres. ¿Existe Dios? A partir de René Descartes, Dios quedó confinado sólo a un contenido de la conciencia humana; un dios como tema de la libre elaboración de nuestra mente. Y por tanto, el hombre sin Dios es el juez que decide lo que es bueno y lo que es malo: puede disponer a voluntad que una persona incómoda o muy fea, o un grupo de seres humanos, sean asesinados.

Basta con apreciar cómo gobernantes elegidos democráticamente pusieron en práctica perversos programas de auténtica maldad: campos de concentración nazis, matanza de miles de judíos, gulags rusos del comunismo real; exterminio de gitanos, ucranianos, personas del clero católico y ortodoxo; cuerpos policíacos expertos en la tortura infamante contra seres indefensos. Esto ha continuado en el tiempo hasta la destrucción legal de vidas humanas, en vías de gestación en el seno materno. Y se procura, en aras de un mal entendido progreso, la enajenación de los derechos del hombre, contra el mismo hombre y la familia: la apertura del portal del cuarto mundo, el del subdesarrollo moral. Se confirma, una vez más, la huída de Dios, el rechazo de Dios como Creador.

Da la impresión que el mal es omnipotente y que domina al mundo de manera absoluta. Las acciones del nazismo, del gulag soviético, del Estado Islámico, del bombardeo indiscriminado de las grandes potencias, son ejemplos repugnantes de bestialidad humana. ¿Quién puede, entonces, poner límite definitivo al mal? Sólo Dios; él es la Justicia misma.

Se ha dicho que en el misterio de mal (“mysterium iniquitatis”), parece que el mal puede ser útil, en cierta medida, en cuanto que propicia motivo para las acciones del bien. El hitlerismo duró 12 años. El comunismo real se extendió y germinó hasta su propia autodestrucción muchos años después. Ahora emerge ISIS, el Estado Islámico y el terrorismo camuflado de las grandes potencias. ¿Hasta dónde puede descender la especie?

En “Archiélago Gulag”, fresco del sistema que rigió en los campos de concentración de la URSS (1918-1956), Solzhenitzyn comenta: “yo era un oficial del ejército rojo… me sentía infalible, y por eso mismo fui cruel. Abusando de mi poder maté y violé. En mis momentos de peor maldad, estaba convencido de que obraba bien”. Años después, en su conversión al catolicismo, aclara: “la frontera que separa el bien del mal es móvil. En un corazón invadido por el mal siempre queda un pequeño baluarte de bien. Incluso en el más generoso de los corazones, siempre se oculta un rinconcito de mal por desarraigar”.

En la actualidad germina el trigo con inmensa fermentación espiritual. Representa la innegable presencia de Dios Creador. El dios de los filósofos es vacío y rígido. El Dios de la fe es vivo y personal. ¡El brazo de Dios no se ha acortado! ¡Dios existe y no pierde batallas!— Mérida,Yucatán.

 

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